Como fermento en la familia humana de hoy

La dimensión laical de la Familia de Don Bosco​​

Fue en la consulta mundial de la Familia Salesiana celebrada en el mes de mayo del presente año 2022 en Valdocco (Turín), cuando se me pidió que el mensaje del Aguinaldo de este año pusiera su acento en la dimensión laical de la Familia Salesiana, una familia que busca siempre la fidelidad al Señor siguiendo las «huellas» trazadas por Don Bosco. Y a esta petición responde lo que ofrezco a continuación.

En primer lugar, me gustaría recordar que este Aguinaldo 2023 está dirigido a dos grupos de destinatarios: a los adolescentes y jóvenes de todas las presencias de la Familia de Don Bosco en el mundo (como «destinatarios» de la misión salesiana), porque ellos, desde los primeros años en las casas salesianas – de cualquiera de los grupos de nuestra Familia, deben descubrir, como cristianos o inclusive como creyentes en otras religiones, la fuerza de este mensaje del Señor de ser sal de la tierra y luz de mundo; de ser fermento en la familia humana de hoy. Hermoso compromiso, hermoso modo de vivir la vocación de cada uno, y precioso desafío para nosotros, educadores, que debemos acompañar a los jóvenes en el camino de prepararse para la vida, para una vida comprometida, responsable, y que pretenda alcanzar la fraternidad y la justicia.

Al mismo tiempo, se dirige a todos los grupos de la Familia Salesiana, invitados a descubrir o redescubrir la propia dimensión laical de esta familia y la complementariedad vocacional que existe y que debe existir entre nosotros.

A la luz de lo que más caracteriza nuestra pedagogía y nuestra espiritualidad, pretendemos ayudar a los muchachos y a las muchachas, especialmente a los adolescentes y jóvenes, a descubrir que cada uno de ellos puede ser como la levadura de la que habla Jesús; como la buena levadura que ayuda a crecer y hacer más grande y sabroso el «pan» de la familia humana. Cada uno de ellos puede ser un verdadero protagonista y es, a su manera, «una misión en esta tierra» [1].

Para la Familia de Don Bosco quiere ser un mensaje que la espolee con fuerza a redescubrir su dimensión laical. Es una Familia en la que todos estamos implicados y donde la gran mayoría de sus miembros está constituida por laicos, hombres y mujeres, de un gran número de naciones de todos los continentes. Esta multinacionalidad que nos distingue es ya en sí misma un don y una responsabilidad que no podemos eludir. El hecho de encontrarnos tan ricos en culturas y tan capilarmente presentes en el mundo es fruto de la historia de misión y de carisma, en la que hemos sido engendrados, ambos dones del Espíritu. El ser juntos pueblo de Dios (laós = pueblo, de donde viene «laico», es decir, miembro del pueblo) por el bien de los jóvenes del este al oeste del globo, del sur al norte, está en plena sintonía con lo que la Iglesia pide insistentemente desde hace tiempo, y eso es lo que el mundo fragmentado necesita cada vez más.

Y los consagrados en la Familia Salesiana estamos igualmente invitados a ser «levadura en la masa del pan de la humanidad» y a vivir unos con otros, dejándonos enriquecer por la laicidad evangélica de tantos hermanos y hermanas. Con ellos compartimos la mayor parte de los días. La secularidad está ya en el ADN de las consagradas y de los consagrados salesianos, tal como fueron generados en la Familia a la que Don Bosco dio vida en el primer Oratorio. Hemos nacido con esta intensa cercanía e intercambio entre estados de vida y vocaciones. Para decirlo en pocas palabras: estamos llamados, como Familia, a darnos y a complementarnos mutuamente.

1. La levadura del reino

La levadura trabaja silenciosamente. La fermentación tiene lugar en el silencio, así como el obrar del reino de Dios; trabaja desde dentro.

¿Quién, en efecto, ha podido escuchar la levadura mientras actúa sobre la harina y sobre la masa en que se ha puesto, mientras hace subir toda la masa? Esto nos hace comprender la acción del reino de Dios. El mismo apóstol Pablo presenta el reino a partir de lo que le es esencial cuando dice: «Porque el reino de Dios no es comida y bebida, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Rom 14,17). Esta es la acción interior e invisible del Espíritu; es la levadura puesta en el corazón. Y como la levadura realiza su acción por contacto directo, así sucede con el Evangelio.

La parábola de la levadura, elegida como tema del Aguinaldo 2023, es una parábola de gran sabiduría evangélica y pedagógica, con un fuerte valor educativo. Expresa plenamente la naturaleza del reino de Dios que Jesús vivió y enseñó.

Hay varias interpretaciones y acentuaciones posibles. Mi opción interpretativa para el Aguinaldo de este año es presentar la levadura como imagen simbólica de la fecundidad y del crecimiento propios del reino de Dios; reino que en el corazón de las personas hace fecunda la llamada a la vida, la vocación allí donde Dios nos ha plantado, orientando la misión de los laicos y de toda la familia de Don Bosco en todo el mundo.

«Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (Gál 5,9). Es increíble cómo una porción de harina se duplica o triplica con la adición de una pequeña porción de levadura. El Señor nos dice que el reino de Dios es como la levadura con la que se hace fermentar la harina amasada con la que se hace el pan. La levadura, como señala el Señor en la parábola evangélica, no es la más grande en cantidad, al contrario, se utiliza muy poca. Pero lo que la diferencia es que es el único ingrediente vivo y, por estar vivo, tiene la fuerza para influir, condicionar y transformar toda la masa.

Por tanto, podemos decir que el reino de Dios es «una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Ciertamente el reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la sitúa en la obra de Dios, no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la Tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque el amor misericordioso de Dios hace que madure»[2].

2. El reino de Dios sigue creciendo en nuestro mundo, entre luces y sombras​

En el Evangelio, el reino viene con Jesús mismo, su presencia, su palabra Él, el Verbo hecho carne, su modo de vivir con la gente, mezclándose con personas de toda condición social, entre las que prefiere, precisamente, a las que otros excluyen. Hay un pasaje del evangelio de Mateo que abre una ventana sobre el modo de ser el reino de Dios que vive Jesús.

«Al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: “Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones”» (Mt 12,14-21).

Es Jesús mismo quien actúa como levadura entre la gente más común, entre los pobres y los enfermos que necesitan curación. «Él los curó a todos». Es un rostro «laico» de Jesús, en medio del «laós», de su pueblo, donde no hay diferencia de clase social ni de origen. Todos parecen compartir la pobreza y la necesidad de ayuda. Una vulnerabilidad que no le es ajena, como muestran los primeros versículos donde se habla de la abierta hostilidad de los fariseos, signo premonitorio de la cruz que se está acercando, donde su hacerse pobre para enriquecernos alcanzará pleno cumplimiento (cf. 2 Cor 8,9).

«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). La expresión se encuentra 122 veces en el Evangelio y 90 veces en los labios de Jesús. Como tantas veces dijo el gran teólogo Karl Rahner, es claro que el reino de Dios está en el centro de la predicación de Jesús. Jesús vivió plenamente el reino, demostrando en los hechos el amor incondicional de Dios por los últimos, y su estilo de vida es adoptado por los doce y continúa en la primera Iglesia. «El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores» (Jn 14,12).

También hoy reconocemos que es mucho el bien que se hace y que crece en todas las latitudes, en este reino en construcción, y reconocemos además la presencia de tanto dolor: una aflicción que, muchas veces, es consecuencia directa de nuestro modo de ser y de actuar dentro de la familia humana.

Estamos llamados a abrir nuestros ojos y nuestros corazones al modo de actuar de Dios que establece su reino según sus caminos. Al sintonizarnos con su modo de ser y actuar, colaboramos con él, como obreros en su viña. De otro modo deja de ser «de Dios» y se convierte solo en obra nuestra.

La apertura universal que nos caracteriza como Familia Salesiana está en plena sintonía con el Evangelio del reino. La proximidad a tantas comunidades humanas diferentes en aproximadamente el 75% de los países del mundo es en sí misma un potencial formidable de unidad y de misión. La Iglesia está compuesta en más del 99% por laicos. Imaginemos cómo aumenta la proporción si se considera y se abraza a toda la familia humana: los laicos son la masa además de la levadura del reino. Como ya escribió san Juan Pablo II hace más de treinta años, en este vasto mundo «la misión está todavía en los comienzos»[3].

A veces nuestra contribución humana o nuestro pequeño esfuerzo pueden parecer insignificantes, pero siempre son preciosos ante Dios. No debemos ni podemos medir la eficacia o los resultados de nuestros esfuerzos calculando cuánto invertimos en ellos, el esfuerzo que requieren de nosotros, como si fueran los únicos factores que intervienen, ya que la razón y el motivo de todo es Dios. No nos dejemos llevar por excusas que paralizan la misión y la construcción del reino; esto bloquea y paraliza. Incluso para Don Bosco lo mejor puede ser enemigo de lo bueno: no es necesario esperar las circunstancias ideales para dar el primer paso. Ser conscientes de nuestras limitaciones, libres de triunfalismos y autorreferencialidades estériles, y al mismo tiempo, llenos de confianza, seguros de que siempre «tiene un punto sensible al bien» (MB V, 367; MBe V, 266): este es el estilo del reino vivido según el carisma salesiano.

Mirando la realidad con los «ojos» y el «corazón» de Dios, comprenderemos que pequeñez y humildad no significan debilidad e inercia. Es poco lo que podemos hacer frente a lo mucho que se requiere de nosotros. Sin embargo, nunca es «insuficiente» o irrelevante, porque es Dios quien nos hace crecer. Es la fuerza de Dios que viene en ayuda. Y es Dios quien, al final, acompaña nuestro compromiso, nuestro esfuerzo, nuestro ser pobre levadura en la masa. Con la condición de hacerlo todo y siempre en su nombre.

3. La familia humana necesita hijos e hijas responsables

«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón». Así comienza la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes[4]. Dentro de tres años recordaremos el 60º aniversario de su promulgación[5]. Ha marcado y sigue marcando el horizonte en el que la Iglesia está llamada a moverse, un panorama tan familiar para el que, en la Iglesia y en el mundo, desarrolla una misión como la de Don Bosco, donde la vitalidad juvenil y la compasión por quien es pobre y sufre están siempre copresentes.

Es una invitación a sentirnos solidarios y adentrarnos sin miedo en este tiempo que nos toca vivir, con desafíos que parecen crecer cada vez más en intensidad y son cada vez más globales y donde los primeros afectados, muchas veces trágicamente, son los sectores más jóvenes de la población.

Es un impulso para descubrir el significado de la propia existencia, ya que mi vida nunca está aislada de la de los demás. El yo y el nosotros solo pueden existir y vivir bien juntos. La parábola de la levadura y esta propuesta de Aguinaldo nos ayudan a sintonizarnos con la evolución en el tiempo de los procesos que configuran la historia humana. La levadura integrada en la masa del pan necesita un tiempo propio para fermentar, y también nosotros tenemos una responsabilidad y un compromiso en la construcción de esta familia humana para que el mundo sea más habitable, más justo, más fraterno.

Conocemos todo el bien que nos rodea, pero también cuánto es el sufrimiento, la injusticia, la pena que todavía atenaza el mundo en que vivimos, como ya había dicho. El papa Francisco nos lo recuerda cuando afirma que «cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos»[6].

Crece el grito de los pobres, de los cuales una gran parte son niños, adolescentes y jóvenes, ante desafíos tan amplios como cercanos a los que encontramos en los orígenes de nuestra misión. Estamos hechos para este tiempo no menos de lo que Don Bosco lo estuvo para el suyo. Sentimos con fuerza la apelación que proviene de la familia humana de la que formamos parte como individuos y como comunidad, familia marcada y herida por la imperiosa necesidad de justicia y dignidad para los últimos y los rechazados[7]; de paz y fraternidad[8]; de cuidado de la casa común[9].

No menos fuerte y radical, es decir, en la raíz de cualquier otro anhelo, está la necesidad de verdad[10] y la necesidad de Dios[11].

Ante esta realidad hemos de ser muy conscientes de que no podemos dejar para mañana el bien que tenemos que hacer hoy. Estamos llamados a ser levadura que transforma desde dentro a la familia humana. Es un mandato tan básico que coincide con la propia vida, con el ser humano: nadie puede sustraerse a él.

Por eso dentro de la Familia de Don Bosco, inspirándonos en la dinámica evangélica de la levadura, este año queremos profundizar y reconocer la riqueza de ser parte de esta Familia, humana y salesiana, donde muchos en esta Familia de Don Bosco son laicos y laicas, y donde los consagrados debemos enriquecernos con esta complementariedad[12]. Ser laico es un estado de vida y una vocación que caracteriza de manera tan preponderante a todas las presencias en el mundo que de diversas maneras se identifican o sintonizan con la Familia de Don Bosco. Agradecidos y unidos como una auténtica familia queremos aprovechar las diferentes culturas y sociedades, el don de sus vidas, la fuerza de su fe, la belleza de su familia, su experiencia de vida y trabajo, su talento para interpretar y vivir el carisma y la misión de Don Bosco para los jóvenes y para el mundo de hoy.

4. La familia humana necesita hijos e hijas responsables​

Así es. El laico en la Iglesia y en la Familia Salesiana es y será siempre, cada vez más, ese cristiano comprometido que «santifica el mundo desde dentro».

Una mirada correcta a la eclesiología que propone el Concilio Vaticano II nos lleva a declarar que hoy, especialmente nosotros como cristianos, no podemos aceptar (y mucho menos fomentar) un dualismo entre lo sagrado y lo profano en la realidad de un mundo que ha sido creado por Dios. Seguramente este dualismo ha sido una realidad cuando no se ha entendido bien la autonomía legítima de las «cosas seculares», frente a las «cosas sagradas» o religiosas.

La Iglesia, especialmente a partir del Concilio Vaticano II, ha determinado de modo claro esta relación del cristiano con el mundo en el que vive. Ya desde los orígenes del cristianismo se planteaba cuál debía ser el lugar y la condición del cristiano en una sociedad en la que ser cristiano era algo marginal.

En la Carta a Diogneto (siglo II d.C.), en mi opinión una hermosa obra de la literatura cristiana griega, se dice refiriéndose al cristiano en medio del mundo:

«Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. […]

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo […]»[13].

Magnífico texto para entender la secularidad cristiana de la que queremos ocuparnos, esto que hemos llamado en el título del presente Aguinaldo la «dimensión laical» en la vida cristiana y en nuestra Familia Salesiana.

La Familia Salesiana de Don Bosco está llamada hoy a vivir en el mundo como fermento, colaborando, desde su condición creyente, a la edificación de un mundo mejor, allí donde estamos presentes, sea cual sea la nación, cultura y religión. Y la Iglesia ha dado un nombre a todo este amplio campo de acción: «el carácter secular de la vocación de los laicos».

«El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. […] A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor»[14].

Y no es menos cierto que la condición de fiel cristiano es común a todos, y que todos somos corresponsables en favor del reino. «Teológicamente la laicidad de toda la Iglesia se comprende desde el significado de la relación Iglesia-mundo, y desde el sacerdocio común, el profetismo y la dimensión regia; todo bautizado es miembro de una Iglesia que ha de servir al mundo para hacer presente la voluntad salvífica de Dios y su reino, aunque efectivamente cada bautizado ejerce o desarrolla esa laicidad de modo propio y peculiar, por lo que hay diversidad de ministerios y de funciones y, en cierta medida, de “presencia y situación” en el mundo, en la historia y en la sociedad»[15].

Es importante comprender en qué consiste este «estilo cristiano» como modo de estar presente en la sociedad, en sintonía con el Concilio Vaticano II[16]. Es el camino que seguir para una evangelización y acción misionera de la Iglesia en una sociedad en la que la religiosidad no se puede dar ya por supuesto como si de algo evidente y siempre presente se tratara.

Reconociendo la «autonomía de lo profano» como un aspecto legítimo de la secularidad, la teología se preocupa por distinguir entre la autonomía de las tareas profanas y el ámbito de lo religioso, con el derecho legítimo a la coexistencia de ambas realidades. Es decir, ese aspecto legítimo de lo secular, que es muy diferente del «secularismo» que deriva en una secularización radical enemiga de todo lo religioso. El hecho religioso en sus diversos credos tiene todo el derecho a existir y a tener «carta de ciudadanía». El Concilio Vaticano II es determinante en este sentido:

«Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia. Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es solo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. […] Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; […]Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. […]»[17].

La antropología cristiana ha de buscar hoy, como hizo en otras épocas, la manera de traducir al lenguaje de las diversas sociedades y culturas del mundo, los valores y el mensaje de salvación que transmite el Evangelio. Se trata de armonizar la legítima autonomía del hombre con la validez, autenticidad y coherencia de la fe cristiana. Este es el reto y el desafío para el creyente, para el fiel cristiano, y para nosotros en nuestra misión como Familia de Don Bosco: ¡Respeto a todos! Pero miedo y vergüenza por nuestra condición de creyentes ¡a nada y a ninguno!

La Iglesia, en la voz del Concilio Vaticano II nos recuerda que es un error grave separar la vida cotidiana de la vida de fe.

«[…] Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. […][18]».

Se trata de vivir como cristianos en un mundo que no será mejor sin la pequeña levadura que el cristianismo aporta al mundo creado por Dios. Es desde la humildad, pero también desde la convicción del valor de nuestra fe, en diálogo con las sociedades y las culturas diversas, desde donde podemos contribuir a mejorar la vida de las personas de nuestro entorno, renunciando a cualquier lógica de proselitismo o de imposición. En palabras de un magnífico pastor, y hombre de reflexión que fue capaz de dialogar con la cultura, como fue el cardenal Carlo Maria Martini, «blandir un credo, sea científico, filosófico o teológico, para hacer cuadrar las cuentas imponiendo una solución, es una dolorosa premisa para una ideología fuente de violencia»[19]. Pero tampoco es aceptable para el cristiano de todos los tiempos – y especialmente en la actualidad – practicar un cómodo irenismo, o un «buenismo» que haga rebajas a la coherencia, al testimonio, y a la autenticidad personal y comunitaria.

Y del mismo modo que la levadura en la masa pasa casi totalmente desapercibida, así mismo nuestra colaboración en la edificación de la Iglesia y en la construcción de una sociedad más humana, más justa y más conforme al querer de Dios, pide de nosotros que consideremos que es más importante hacer el bien, que el hecho de que se nos atribuya ese bien que se hace; lo más importante será siempre contribuir al bien de la sociedad y del mundo, incluso «sin derechos de autor», sin confundir la acción eficaz con el protagonismo, reconociendo también que el bien hecho por otros es válido, por lo menos, tanto como el nuestro. Si no estamos convencidos de esto, vayamos a leer de nuevo el pasaje evangélico en el que el Señor corrige a sus discípulos por pretender frenar el bien que otros estaban haciendo, aunque no eran de «su grupo».

Tenemos que ejercitarnos en un modo de hacer lectura creyente de la realidad que cuente con los demás, promoviendo el diálogo con los otros, con la cultura, con los medios de comunicación, con los intelectuales, con quienes piensan de modo diferente, e incluso opuesto, al nuestro. Estos son los hábitos virtuosos que requiere nuestra manera de estar en el mundo, el «estilo cristiano» y salesiano que podemos aportar a la visión del mundo y de las cosas.

Este estilo, nos permitirá tejer relaciones con otros consagrados, con otros ministros ordenados, con otros fieles laicos, también con otros cristianos y con otros hombres y mujeres de otras religiones. Parece que esta sea una buena actualización para que «contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento»[20], siendo este modo de hacer algo que nos pone en sintonía con «la universal vocación a la santidad en la Iglesia»[21]. Y porque la Iglesia está implicada en el mundo en la doble dimensión transcendente e inmanente, todo cristiano debe ser un signo del reino de Dios, ya presente, en la historia humana. Si la piedad y la devoción y la vida de oración y sacramental ponen el acento sobre el perfil trascendente de esta santidad, el compromiso social en favor de la justicia y de la fraternidad humana ponen el acento, para nosotros, en la dimensión cristiana inmanente.  Como hacía Don Bosco, vivimos con los pies en la tierra y los ojos fijos en el cielo. En este sentido, un miembro cualificado de nuestra Familia Salesiana nos ha ofrecido su propia reflexión vital como laico en el mundo y en la familia de Don Bosco definiendo a los creyentes laicos en la Iglesia y en la familia de Don Bosco como aquellos hombres y mujeres de las tres pertenencias: pertenencia a Cristo, pertenencia a la Iglesia, pertenencia al mundo[22].

El papa Francisco, en el hermoso encuentro que hemos vivido con motivo de la canonización de san Artémides Zatti, al presentarlo como el «pariente de todos los pobres», nos recordó que forma parte de nuestra vocación salesiana ser educadores del corazón, preparando a las personas, en particular a los jóvenes, para el mundo de hoy:

«De este modo, un hospital se convirtió en la “Posada del Padre”, signo de una Iglesia que quiere ser rica de dones de humanidad y de gracia, morada del mandamiento del amor a Dios y a los hermanos, lugar de salud como signo de salvación. Es verdad que esto entra en la vocación salesiana: los salesianos son los grandes educadores del corazón, del amor, de la afectividad, de la vida social. Son grandes educadores del corazón»[23].

Aportar a la Iglesia y al mundo el don del carisma laical que se vive en la Familia Salesiana es una respuesta vocacional que nos hace presentes como signos y testimonios, dialogando y ofreciendo el servicio humilde de lo que somos para el bien común.

Es desde y en la misma vida laical, que pasa en muchos casos por la vocación específica en la familia y la profesionalidad en el mundo, que los laicos, y en particular los laicos cristianos, los laicos de la familia de Don Bosco, están llamados a fundar, promover y sostener los valores evangélicos en la sociedad y en la historia, contribuyendo a la consagratio mundi, a la consagración del mundo, al establecimiento del reino de Dios en el aquí y ahora.

Francisco de Sales, del que acabamos de celebrar recientemente el cuarto centenario de su muerte, es uno de los profetas más singulares y fecundos de la historia de la Iglesia para iluminar la grandeza de la vocación de cada uno. Así hizo con muchos laicos de toda condición social a los que acompañó personalmente, ayudando a cada uno a florecer en el jardín en el que el Señor lo había puesto, hasta alcanzar la santidad plena. Sigue siendo una fuente de inspiración siempre nueva e insustituible para quienes se reconocen salesiano, cualquiera que sea su estado de vida. Y en la reciente carta apostólica, que el papa Francisco ha ofrecido a todas las familias religiosas que bebemos del carisma de san Francisco de Sales, hace notar la importancia de esta espiritualidad que el santo de Ginebra propuso en su tiempo y que es de máxima actualidad en la teología del laicado de hoy.

«Casi todos los que han tratado sobre la devoción se han interesado en educar a las personas separadas del mundo o, al menos, han enseñado un tipo de devoción que conduce a este aislamiento. Yo pretendo ofrecer mis enseñanzas a los que viven en las ciudades, en familias, en la corte, y que, en virtud de su condición, se ven obligados, por conveniencias sociales, a vivir entre otros»[24]. Por esto se equivoca mucho quien piensa relegar la devoción a algún ámbito protegido y reservado. Al contrario, es de todos y para todos, dondequiera que estemos, y cada uno puede practicarla según su propia vocación. Como escribió san Pablo VI en el cuarto centenario del nacimiento de Francisco de Sales: «La santidad no es prerrogativa de uno u otro grupo; a todos los cristianos va dirigida esta acuciante invitación: “Amigo, sube más arriba” (Lc 14,10); todos están vinculados por la obligación de subir al monte de Dios, aunque no todos por el mismo camino. “La devoción debe ser practicada de una forma por el caballero y de otra por el artesano; por el criado y por el príncipe, por la viuda, por la soltera; por la doncella, por la casada. Hay que relacionar su práctica con las fuerzas, las ocupaciones y los deberes de cada uno”»[25]. Atravesar la ciudad secular, custodiando la interioridad, compaginar el deseo de perfección con cada estado de vida, descubriendo un centro que no se separa del mundo, sino que nos enseña a habitarlo, a apreciarlo, aprendiendo también a tomar las justas distancias de él: esta fue su intención, y sigue siendo una valiosa lección para cada mujer y cada hombre de nuestro tiempo.

Este es el tema conciliar de la llamada universal a la santidad: «“Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG 11). “Cada uno por su camino”, dice el Concilio. Entonces, no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables»[26].

La madre Iglesia nos los propone no para que intentemos copiarlos, sino para que nos impulsen a caminar por el camino único y específico que el Señor ha pensado para nosotros. «Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (cf. 1 Cor 12,7)»[27].

La Iglesia, «junto a los que son llamados» según el significado original del término, vive gracias a la riqueza de cada vocación que la define. Cada llamada está al servicio de todas las demás y solo en la entrega se puede expresar y redescubrir la propia identidad. Los dones no son propiedad privada y exclusiva de un grupo. Como bautizados todos participamos del sacerdocio de Cristo, de la profecía y de la realeza de aquel que vino a servir y a dar la vida. El ministerio ordenado se entiende solo como un servicio al sacerdocio común de todos los fieles. Del mismo modo, lo que es típico de la condición laical es un don para todos los que entran en la vida y la vocación de todos los demás miembros del único cuerpo de Cristo. La «dimensión secular» la comparten, por tanto, también los que forman parte de la vida consagrada o del ministerio ordenado: la historia de Don Bosco nos ofrece una espléndida prueba de ello. Es un sacerdote de la diócesis de Turín que funda dos congregaciones de consagrados y consagradas, y otras dos asociaciones laicales, y con todas ellas, y muchas otras a las que sabe implicar, se sumerge intensamente en el «siglo» en el que vive, en la vida y los problemas de cientos de miles de jóvenes, superando sin temor grandes dificultades y fronteras, con una fecundidad que inspira hoy a millones de personas, más allá de las diferencias nacionales, culturales y religiosas.

Ser cristiano y ser laico abre la vía para hacer fructificar con la máxima intensidad el talento laical, secular, comprometiéndolo en la infinita riqueza de posibilidades que se abre a quienes viven en el mundo animados por la fe, la esperanza y la caridad. El Concilio Vaticano II lo proclamó claramente: «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento[28]. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor»[29].

No es tarea del Aguinaldo definir todos los ámbitos y realidades de vida en los que la presencia de los laicos es transformante y puede ser esa levadura del reino de Dios que nadie más podría «amasar» con la misma eficacia y capilaridad, pero ciertamente en la Iglesia tienen un amplio y complejo espectro de potencialidades y desafíos, de situaciones que afrontar que son a la vez apelaciones para quienes quieren ser «sal de la tierra y luz del mundo. Un camino que el mensaje del Aguinaldo de este año nos empuja a emprender, intensificar, hacer nuestro con valentía y generosidad haciendo actual el mensaje de la misma Iglesia cuando dice:

«Ante la mirada iluminada por la fe se descubre un grandioso panorama: el de tantos y tantos fieles laicos a menudo inadvertidos o incluso incomprendidos; desconocidos por los grandes de la tierra, pero mirados con amor por el Padre, hombres y mujeres que, precisamente en la vida y actividades de cada jornada, son los obreros incansables que trabajan en la viña del Señor; son los humildes y grandes artífices por la potencia de la gracia de Dios, ciertamente del crecimiento del reino de Dios en la historia[30]».

No cabe duda alguna de que, para todos los laicos de la Familia Salesiana hoy, y para los consagrados y consagradas que vivimos día a día enriqueciéndonos con su vocación y complementariedad, el mundo, la sociedad, la economía y la política, la acción social en el servicio de los demás, y la vida cristiana en la vida cotidianeidad han sido siempre un lugar teológico de encuentro con Dios:

«El campo propio de su actividad evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc. Cuantos más seglares haya impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades y claramente comprometidos en ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristianas, tantas veces oculta y asfixiada, tanto más estas realidades sin perder o sacrificar nada de su coeficiente humano, al contrario, manifestando una dimensión trascendente frecuentemente desconocida estarán al servicio de la edificación del reino de Dios y, por consiguiente, de la salvación en Cristo Jesús»[31].

5. La Familia de Don Bosco llamada a ser levadura​

Don Bosco fue capaz de involucrar a muchas personas, convirtiéndolas en protagonistas activas y emprendedoras del mismo sueño de salvación para los jóvenes. Don Julio Barberis anotó cuidadosamente lo que dijo Don Bosco al dirigirse a los mayores del Oratorio en la noche de la fiesta de San José, el 19 de marzo de 1876, poco más de cinco meses después de la partida de los primeros misioneros para la Patagonia. Refiriéndose al campo y a la viña de las parábolas evangélicas y fortalecido por su experiencia personal de vida campesina, ayuda a los jóvenes de Valdocco a comprender cómo cada uno puede hacer su parte, siempre preciosa e importante, para el crecimiento del reino de Dios. Es un ejemplo tanto laico como evangélico y eclesial de cómo estamos llamados a hacer fructificar juntos nuestros talentos, cada uno según su historia de vida, capacidad y vocación. Así recoge don Barberis las palabras de Don Bosco, que sin duda nos parecerán de máxima actualidad teológica:

«El divino Salvador, lo comprendéis fácilmente, al hablar del campo o de la viña que le rodeaban, entendía hablar de la Iglesia y de todos los hombres del mundo; la mies por recoger consiste en la salvación de las almas, porque todas las almas deben ser recogidas y llevadas al granero del Señor. ¡Qué abundante es esta mies! ¡Cuántos millones de hombres hay en la tierra! ¡Cuánto trabajo todavía sin hacer para lograr que todos se salven! Pero operarii autem pauci; los operarios son pocos.

Por operarios que trabajan en la viña del Señor se entiende todos los que de algún modo colaboran en la salvación de las almas. Y advertid que por operarios, no solamente se entienden aquí, como alguno puede pensar, los sacerdotes, predicadores y confesores, que ciertamente están colocados a propósito para trabajar y se dedican más directamente a cosechar la mies, pero no son los únicos ni bastarían. Operarios son todos los que de alguna manera contribuyen a la salvación de las almas; así como son obreros del campo no solo los que recogen el grano, sino también todos los demás.

Contemplad la variedad de obreros de un campo. Uno ara, otro rotura la tierra, ese la arregla con la azada, este con el rastrillo o con el mazo  rompe los terrones y los allana, unos arrojan la semilla, otros la cubren; quién arranca los hierbajos, la cizaña, el comino, la alverja; quién escarda, quién poda, quién arranca; unos riegan en tiempo oportuno y recalzan; otros por el contrario siegan y hacen gavillas, manadas, y montones, quién las carga en el carro y quién las acarrea; quién extiende, quién trilla, quién bielda, quién criba, quién ensaca y lleva al molino y quién lo convierte en harina; después quien la cierne, quien la amasa, quien la mete al horno.

Ya veis hijos míos qué variedad de obreros se requieren hasta que la mies alcanza su meta y se convierte en el pan elegido del paraíso. Lo mismo que en el campo sucede en la Iglesia, donde se necesita toda suerte de obreros de toda clase. No hay uno que pueda decir: “Aunque yo sea de conducta intachable, no serviré para trabajar por la mayor gloria de Dios”. No, que nadie hable así; todos pueden hacer algo de alguna manera»[32].

Nacimos carismáticamente como comunidad y como comunión de personas de distinta procedencia social, estado de vida, perfil profesional… unidas[33] por una misma misión y motivadas por la misma carga carismática que Don Bosco sabía comunicar. Esta es la naturaleza del Oratorio en los años de su fundación, de 1841 a 1859: ¡18 años! donde todavía se refleja fuertemente esta sinergia del pueblo de Dios que coopera de diversas maneras para hacer de los jóvenes más en riesgo «buenos cristianos y honrados ciudadanos». Es innegable que nacimos enseguida como conjunto del pueblo de Dios: es la naturaleza de nuestro carisma y de nuestra misión.

Soy muy consciente y trato de transmitir esta conciencia a toda nuestra Familia Salesiana de un hecho particularmente evidente: solo juntos, solo viviendo en comunión podremos hacer algo significativo hoy.

He lanzado una fuerte llamada a toda la Congregación Salesiana sobre nuestra misión compartida con los laicos (llamada que sirve a toda la familia de Don Bosco) y no escucharla llevaría, en un futuro no muy lejano, a un peligroso punto de no retorno. Declaré que «nuestro CG24 ha sido, ciertamente, una respuesta carismática a la eclesiología de comunión del Vaticano II. Sabemos bien que Don Bosco, desde el inicio de su misión en Valdocco, implicó a muchos seglares, amigos y colaboradores para que formasen parte de su misión entre los jóvenes. “Logra que un grupo de eclesiásticos, seglares, hombres y mujeres, compartan su labor y se haga corresponsable en ella”[34]. Se trata, por tanto, a pesar de nuestras resistencias, de un camino que no tiene punto de retorno porque el modelo operativo de la misión compartida con los seglares, tal como lo proponía el CG24 es, de hecho, “el único válido y viable en las condiciones actuales”»[35].

Así tenemos el «no retorno» para el bien de quien se adentra en este estilo de misión, formación, vida compartida que abre nuevos horizontes de futuro al carisma de Don Bosco en plena sintonía con el camino que la Iglesia está llevando a cabo con la guía del papa Francisco, sin duda profético y ejemplar. Y está también el arriesgado «no retorno» de quien no puede traspasar este umbral y se encierra en formas de aislamiento autorreferencial, y ya no está al día con los tiempos en el modo de vivir e interpretar la presencia salesiana, destinadas a ser irrelevantes y a extinguirse con el paso de los años.

El objetivo último de la misión de Don Bosco es, junto con la salvación de sus muchachos, la transformación de la sociedad. La visión amplia y valiente de Don Bosco, su laboriosidad incansable, su resiliencia frente a los obstáculos… solo se explican con este horizonte de transformación social y de evangelización de los jóvenes a escala mundial.

Don Bosco no hace política, pero puede dirigirse a todos los representantes de los distintos niveles de gobierno porque su compromiso está claramente orientado al bien de los jóvenes, de los cuales nadie que se preocupe por la sociedad humana y el servicio a los demás, incluido el servicio público, por el bien de todos puede dejar de interesarse. Nuestra voz común puede encontrar acceso y escucha mucho más allá de los límites confesionales si juntos encarnamos hoy ese mismo celo de predilección por los jóvenes que nos ha sido dado como carisma y que solo podemos realizar juntos como Familia de Don Bosco.

La complementariedad de las vocaciones en la Familia de Don Boscoel estar unidos como Familia Salesiana, y unidos al gran número de laicos y laicas del mundo, juntos en la misión y en la formación, se convierte en una necesidad ineludible hoy, y más en el futuro, si no queremos permanecer irrelevantes.

Y la comunión en el espíritu de familia y en el vasto movimiento salesiano es el gran don que tenemos con nosotros y que hemos heredado.

6. A la sombra de un gran árbol con espléndidos frutos

En mi carta de conclusión del II Seminario para la promoción de las Causas de Beatificación y Canonización de la Familia Salesiana, decía: «Desde Don Bosco hasta nuestros días reconocemos una tradición de santidad a la que merece la pena prestar atención por ser encarnación del carisma que surgió con él y que se ha ido manifestando en una gran pluralidad de estados de vida y de formas. Se trata de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, consagrados y laicos, obispos y misioneros que, en contextos históricos, culturales y sociales diversos, tanto en el tiempo como en el espacio, han hecho brillar con luz propia el carisma salesiano. Son un patrimonio que ejerce una función eficaz en la vida y en la comunidad de los creyentes, y también entre los hombres de buena voluntad»[36].

Con humildad y un profundo sentido de gratitud, reconocemos en la Familia Salesiana un gran árbol con muchos frutos de santidad. Son hombres y mujeres, jóvenes y adultos que han llenado su vida con la levadura del amor, un amor que se entrega por completo, fiel a Jesucristo y a su Evangelio.

La eclesiología muestra, como sabemos, que las diversas vocaciones tienen una raíz bautismal común y están destinadas a contribuir al crecimiento del pueblo de Dios: «En la Iglesia-Comunión los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro. Ciertamente es común mejor dicho, único su profundo significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de modo que cada una de ellas tiene su original e inconfundible fisionomía, y al mismo tiempo cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio»[37]. Esta perspectiva indica que el carisma salesiano se completa cuando la vocación y la misión se viven en la reciprocidad y complementariedad de las diversas llamadas. Este debe ser el significado profundo de la Familia Salesiana: un vasto movimiento apostólico para la salvación de los jóvenes.

Es interesante notar que, entre los 173 santos, beatos, venerables, siervos de Dios de nuestra familia, 25 son laicos que han encarnado el carisma salesiano en familia, en la casa salesiana, en la vida secular, en su profesión, un grupo privilegiado espacio para el testimonio cristiano, y en contextos de diversidad social, histórica y cultural. Considero muy oportuno recordarlos en el testimonio de este Aguinaldo:

  • Santo Domingo Savio, adolescente, expresión de la santidad juvenil, fruto de la gracia preventiva y el primero de una larga lista de santos jóvenes y jóvenes santos.
  • Beata Laura Vicuña, adolescente, testimonio de la fuerza del amor que da vida y recuerda la realidad de la familia herida.
  • El beato Ceferino Namuncurá, joven mapuche, recuerda el valor y el respeto de las culturas indígenas y a la obra de inculturación de la fe y del carisma.
  • Beatos Francis Kęsy, Czesław Jóźwiak, Edward Kaźmierski, Edward Klinik, Jarogniew Wojciechowski, mártires del oratorio de Poznan, testigos de la fe hasta el martirio.
  • Entre los beatos mártires de la persecución española encontramos: Alejandro Planas Saurí y Juan de Mata Díez, colaboradores laicos; Tomás Gil de la Cal, Federico Cobo Sanz, Higinio de Mata Díez, tres aspirantes a la vida salesiana; Bartolomeo Blanco Márquez, laico y prometido; Teresa Cejudo Redondo, esposa y madre, salesianos cooperadores comprometidos con la realidad eclesial, social y asociativa de su entorno.
  • Beata Alexandrina Maria Da Costa, salesiana cooperadora, que recuerda la forma más alta de cooperación, la de la unión con la pasión redentora de Jesús.
  • Beato Alberto Marvelli, antiguo alumno del oratorio de Rímini, comprometido en el mundo social y político.
  • Venerable mamá Margarita Occhiena, presencia materna y femenina en los orígenes del carisma.
  • Venerable Dorotea de Chopitea, esposa y madre, que «acoge» y hace crecer el carisma salesiano, manifestando la opción por la vida pobre y la capacidad de dejarse evangelizar por los pobres.
  • Venerable Attilio Giordani, esposo y padre, que encarna la alegría salesiana en la familia, en el trabajo, en el oratorio, en tierra de misión.
  • Siervo de Dios Simão, indio bororo, que comparte la misión salesiana con el padre Rodolfo Lunkenbein y recuerda la necesidad de reconocer y acoger las semillas de verdad presentes en cada cultura y tradición.
  • Sierva de Dios Matilde Salem, esposa y bienhechora, que da bienes y vida por la fecundidad del carisma en Siria, y da testimonio de la fuerza de la comunión entre los cristianos, y de la capacidad de convivencia con fieles de otras religiones.
  • Siervo de Dios Antonino Baglieri, Voluntario Con Don Bosco, que sabe ser fermento evangélico en la enfermedad.
  • Sierva de Dios Vera Grita, salesiana cooperadora y maestra, instrumento de una Obra mística que compromete a todo cristiano a hacer fructificar la gracia de la Eucaristía.
  • El Siervo de Dios Akash Bashir, un joven exalumno de Pakistán que dio su vida por los hermanos.

Entre estas numerosas y variadas figuras de santidad quisiera señalar algunas que nos ofrecen un significativo y original testimonio de santidad laical, y que en mi opinión muestran ese aspecto poliédrico, es decir, rico en aspectos, lados, formas y colores, de la vida laical vivida en diferentes contextos, en siglos diferentes, con vocaciones diversas, pero llenas de santidad en la cotidianeidad. Esa santidad laical de «la puerta de al lado» que tanto bien nos hará descubrir siempre. Me detengo en contemplar a:

Margarita Occhiena, la «Mamá»

Sabemos cómo Don Bosco al comienzo del Oratorio, después de pensar y repensar cómo salir de las dificultades, fue a hablarlo con su párroco de Castelnuovo, explicándole sus necesidades y temores. “¡Tienes a tu madre! – respondió el párroco sin dudarlo un instante – bn haz que te acompañe a Turín». Mamá Margarita llegó a Valdocco el 3 de noviembre de 1846 y durante diez años fue madre de cientos de muchachos. En 1846 solo estaba abierto el oratorio, y los muchachos acudían allí especialmente los domingos. Las Memorias Biográficas hablan de, al menos, 800 asistentes. Durante la semana, los jóvenes de la escuela nocturna venían todas las noches después del trabajo en la ciudad. Los gritos se pueden imaginar. Las clases ocupaban la cocina y la sala de Don Bosco, la sacristía, el coro, la capilla. Voces, canciones, idas y venidas, pero no podía ser de otra manera. Mamá Margarita estaba allí con ellos. Ciertamente vinieron también sacerdotes y laicos para ayudar a Don Bosco y algunas mujeres vinieron después a echar una mano. Pero solo Mamá Margarita estaba siempre allí, a tiempo completo. Esta disponibilidad suya la hacía muy querida por todos, y por tanto era venerada por cuantos la conocían. Desde el mismo comienzo de su llegada a Turín, tan pronto como fue conocida por los ciudadanos de los distritos cercanos, no fue llamada por otro nombre que el de «mamá».

Aquí, durante diez años, su vida se fusionó con la de su hijo y con los inicios de la obra salesiana: fue la primera y principal colaboradora de Don Bosco; con bondad eficaz se convierte en el elemento materno del sistema preventivo. Analfabeta pero llena de esa sabiduría que viene de lo alto fue también la ayuda de muchos niños pobres de la calle, hijos de nadie; puso a Dios en primer lugar, consumiéndose por Él en una vida de pobreza, oración y sacrificio.

Bartolomé Blanco Márquez, un joven cristiano todoterreno​

«Yo soy obrero, he nacido de padres que lo eran. He vivido y vivo en el ambiente de dificultad de las clases humildes y siento correr en mis venas, a veces exacerbadas del fuego del entusiasmo juvenil, una protesta, una enérgica protesta contra quienes creen que no somos hombres como ellos porque tuvimos la desgracia – o quizás la suerte – de nacer pobres. Pero aclaremos los conceptos: soy obrero y soy católico». Quien así habla es un joven de 19 años, de profesión fabricante de sillas, sillero, en el mitin de la Acción Popular del 5 de noviembre de 1933 en Pozoblanco (España); un joven recto y valiente, de inteligencia poco común, de origen humilde, de condición obrera, defensor de los derechos del pueblo y de la Iglesia.

Nacido en Pozoblanco (Córdoba, España) el 25 de diciembre de 1914, perdió a su madre en la llamada epidemia «española». Huérfano incluso de padre a los doce años, tuvo que dejar la escuela y trabajar como sillero. Cuando los salesianos llegaron a Pozoblanco en septiembre de 1930, Bartolomé asistía al oratorio y ayudaba como catequista y animador. Encontró en don Antonio do Muiño un director que lo impulsó a continuar su formación intelectual, cultural y espiritual a través de la participación en círculos de estudio. Este salesiano será, hasta la muerte prematura de Bartolomé, su confesor y guía espiritual. Es apreciado por familiares, amigos, compañeros por su ingenio, su compromiso apostólico y su actitud de líder. Posteriormente se incorporó a la Acción Católica, de la que fue secretario y donde dio lo mejor de sí. Se trasladó a Madrid para especializarse en el apostolado entre los trabajadores en el Instituto Social Obrero, y se destacó como un elocuente orador y estudioso de la cuestión social. Habiendo obtenido una beca de estudio, pudo conocer las organizaciones católicas de trabajadores de Francia, Bélgica y Países Bajos a través de un viaje organizado por el Instituto Social Obrero. Nombrado delegado de los sindicatos católicos, fundó ocho secciones en la provincia de Córdoba.

Cuando estalló la revolución el 30 de junio de 1936, Bartolomé regresó a Pozoblanco y se puso a disposición de la «Guardia Civil» para la defensa de la ciudad, que al cabo de un mes se rindió al otro grupo de la contienda bélica. Acusado de rebelión, fue llevado a prisión, donde continuó comportándose de manera ejemplar: «¡Para merecer el martirio, hay que ofrecerse a Dios como mártires!». Fue juzgado y condenado a muerte en Jaén el 29 de septiembre. Tras la sentencia, manteniendo la calma y defendiéndose con dignidad, dijo: «Ustedes creyeron hacerme mal, en cambio me hacen bien porque me cincelan una corona».

Las cartas que escribió a su familia y prometida la víspera de su muerte son una clara prueba de ello. «Sea ésta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia que quiero vaya acompañada del deseo de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal…», escribió a sus tías y primas.

Y a su prometida, Maruja: «Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este instante se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará».

Sus compañeros de prisión han conservado los emotivos detalles de su salida para la muerte; con los pies descalzos, para parecerse aún más a Cristo. Al ponerle las esposas, las besó con reverencia, dejando sorprendido al guardia que se las ponía. No aceptó, según le proponían, ser fusilado de espaldas. «Quien muere por Cristo -dijo-, debe hacerlo de frente y con el pecho descubierto. ¡Viva Cristo Rey!», y cayó acribillado junto a una encina. Era el día 2 de octubre de 1936. Aún no había cumplido los 22 años. Fue beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007.

Attilio Giordani, un laico «como Don Bosco»​

Nació en Milán el 3 de febrero de 1913. Desde muy joven se distinguió por su gran pasión por el oratorio salesiano de San Agustín y, ya a los dieciocho años, por su dedicación a los jóvenes que lo frecuentaban. Durante décadas fue un catequista diligente y un animador constante e ingenioso, con mucha sencillez y alegría. Se ocupaba de la liturgia, de la formación, de los juegos, del tiempo libre, del teatro. Amaba a Dios con todo tu corazón y encontraba en la vida sacramental, la oración y la dirección espiritual el recurso para la vida de la gracia. Durante su servicio militar que comienza en 1934 y termina, con altibajos, en 1945, demuestra un sentido apostólico entre sus compañeros. Trabaja en la fábrica Pirelli en Milán donde también contagia alegría y buen humor, con el más profundo sentido del deber. El 6 de mayo de 1944 se casa con la catequista Noemí D’Avanzo. Tendrán tres hijos: Piergiorgio, Mariagrazia y Paola. En su propia familia es esposo y padre lleno de gran fe y serenidad, en una deliberada austeridad y pobreza evangélica en beneficio de los más necesitados. Sin quitarle nada a la familia, hizo del oratorio su segunda familia, poniendo al servicio de los muchachos su rica inventiva y un extraordinario arte educativo. Por acuerdo con su esposa Noemí, parte para Mato Grosso (Brasil) para compartir la elección de los hijos en el compromiso misionero. El 18 de diciembre de 1972, durante una reunión, después de haber hablado con entusiasmo y ardor sobre el deber de dar la vida por los demás, de repente sintió que se desmayaba. Apenas tuvo tiempo de decirle a su hijo: «Pier, sigue tú» y murió de un infarto. Es venerable desde el 9 de octubre de 2013.

Su vida de cristiano, apostólicamente comprometido, tomó una orientación tan decisiva y personal como para descubrir (estas son todas frases suyas): «La alegría de servir a Cristo»; «no seas un simple buen hombre»; «Vivir en el mundo sin ser del mundo»; «Ir contra la corriente»; «No busques, sino da»; «Hay que vivir lo que se quiere vivir». Esta maduración crece en las diferentes etapas de su vida: como adolescente, como joven soldado, como soldado en el frente militar greco-albanés, como muestra su «diario de guerra». Incluso la elección de su prometida Noemi D’Avanzo está motivada por razones de fe, como le escribe en una carta: «El Señor, al acercarme a ti, puso ante mis ojos tu amor y espíritu de entrega hacia los predilectos del Salvador, esto fue el manantial más alto, que me incitó a pedirte un compañero».

La fe de Attilio es tan grande que es verdaderamente un «signo» de la presencia de Dios: en la familia, en el oratorio, en la comunidad parroquial y para cuantos se encuentran con él: una fe que, más que proclamada, resplandece a través de sus acciones y de su manera de ser: «La medida de nuestra creencia se manifiesta en nuestro ser».

Vera Grita «La maestra de escuela de Savona»​

Nacida en Roma el 28 de enero de 1923, vivió y estudió en Savona donde obtuvo su título de maestra. A los 21 años, durante un súbito ataque aéreo sobre la ciudad (1944), fue arrollada y pisoteada por la multitud que huía, provocando graves secuelas en su cuerpo, desde entonces marcado para siempre por el sufrimiento. Pasó desapercibida en su corta vida terrenal, enseñando en las escuelas del interior de Liguria, donde se ganó la estima y el cariño de todos por su carácter bueno y apacible. En Savona, en la parroquia salesiana de María Auxiliadora, asistía a misa y era asidua al sacramento de la penitencia. Salesiana Cooperadora desde 1967, realizó su llamada en la entrega total de sí misma al Señor, que se entregó a ella de manera extraordinaria, en lo profundo de su corazón, con la «Voz», con la «Palabra», para comunicarle la Obra de los Tabernáculos Vivientes. Bajo el impulso de la gracia divina y acogiendo la mediación de guías espirituales, Vera Grita respondió al don de Dios testimoniando en su vida, marcada por el cansancio de la enfermedad, el encuentro con el Resucitado y dedicándose con heroica generosidad a la enseñanza y la educación. de los alumnos, atendiendo a las necesidades de la familia y dando testimonio de una vida de pobreza evangélica. Murió el 22 de diciembre de 1969, a la edad de 46 años, en una habitación de hospital en Pietra Ligure.

Vera Grita testimonia sobre todo una orientación eucarística totalizante, que se hace explícita sobre todo en los últimos años de su existencia. No pensó en términos de programas, de iniciativas apostólicas, de proyectos: aceptó el «proyecto» fundamental que es Jesús mismo, hasta hacer de Él la vida de su propia vida. El mundo de hoy da testimonio de una gran necesidad de la Eucaristía.

Su camino en la fatigosa actividad de los días ofrece también una nueva perspectiva secular a la santidad, convirtiéndose en ejemplo de conversión, de aceptación y de santificación para los «pobres», los «frágiles», los «enfermos» que pueden reconocerse en ella y recuperar esperanza. Como Salesiana Cooperadora, Vera Grita vive y trabaja, enseña y se encuentra con personas con una marcada sensibilidad salesiana: desde la amorevolezza de su presencia discreta pero eficaz, hasta su capacidad de hacerse querer por los niños y las familias; desde la pedagogía de la bondad que implementa con su sonrisa constante, hasta la prontitud generosa con la que, sin importar las adversidades, se dirige preferentemente a los últimos, a los pequeños, a los lejanos, a los olvidados; desde la generosa pasión por Dios y su gloria hasta el camino de la cruz, dejándose quitar todo en su condición enferma.

Akash Bashir, testigo de fuerza y de paz​

Exalumno de Don Bosco es el primer pakistaní cuyo proceso de beatificación y canonización está en marcha. El 15 de marzo de 2015 se sacrificó para evitar que un terrorista suicida causara una masacre en la iglesia de San Juan en Youhannabad, un barrio cristiano de Lahore, Pakistán. Akash Bashir tenía 20 años, había estudiado en el Instituto Técnico Don Bosco en Lahore y se había convertido en voluntario de la seguridad.

Lo que más llama la atención es lo fuerte que era este joven sencillo para enfrentar el mal y luchar contra la violencia homicida. La frase pronunciada al agresor antes de morir ― «Moriré, pero no te dejaré entrar en la iglesia» ― expresa una fe fuerte y un coraje heroico al dar testimonio de un amor sin medida. El Evangelio de ese cuarto domingo de Cuaresma (15 de marzo de 2015) proclamaba las palabras de Jesús a Nicodemo: «Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios» (Jn 3, 20-21). Akash selló estas palabras con su sangre de joven cristiano. Luchó mano a mano con el poder de la muerte, el odio y la violencia e hizo triunfar la luz y la verdad. Lavó el vestido blanco con la sangre del Cordero haciéndolo resplandecer (cf. Ap 7,14).

El contacto con el mundo y el carisma salesiano fortalecieron en Akash aquellas disposiciones de bondad y generosidad que había aprendido en su familia y en la comunidad cristiana. Akash Bashir es un ejemplo de santidad para todo cristiano, un ejemplo para todos los jóvenes cristianos del mundo. Y es sin duda un signo carismático evidente del sistema educativo salesiano. Akash es la voz de tantos jóvenes valientes que logran dar la vida por la fe a pesar de las dificultades, la pobreza, el extremismo religioso, la indiferencia, la desigualdad social, la discriminación. La vida y el martirio de este joven pakistaní nos hace reconocer el poder del Espíritu Santo de Dios, vivo, presente en los lugares menos esperados, en los humildes, en los perseguidos, en los jóvenes, en los pequeños de Dios.

Y no olvidemos a Artemide Zatti en el año de su canonización​

Ciertamente fue un religioso consagrado, pero no podemos dejar de sorprendernos por la dimensión laical de su santidad, vivida en el ejercicio cotidiano de la caridad en la sencillez de un pequeño hospital y de una pequeña ciudad. Es ejemplo y modelo de consagración a su pueblo en el trabajo abnegado y paciente, teniendo a Dios como fuente, motivación en la fe y fin único y último de su vida.

Su vida, la vida de todos ellos y su ejemplo son como «levadura en la masa» que sigue haciendo crecer el reino en nosotros y a nuestro lado.

Los laicos ofrecieron el «humus» al crecimiento de la fe[38]. Esta expresión de Benedicto XVI nos recuerda que gracias a la fe y al compromiso evangelizador de tantos laicos, matrimonios, familias y comunidades cristianas, el cristianismo se arraiga y se desarrolla en el mundo. Por la gracia del bautismo, la fe crece y se difunde.

Del mismo modo, los testigos laicos de santidad salesiana mencionados anteriormente, y muchos otros de la puerta de al lado, han dado y están dando el humus al crecimiento del carisma salesiano. Esta compañía de santos nos recuerda que antes que las obras y los roles, es la calidad de las relaciones humanas el lugar privilegiado para el anuncio del Evangelio y para el florecimiento del carisma.

Estos testimonios de santidad nos recuerdan la llamada universal a la santidad tan querida tanto por san Francisco de Sales como ya hemos dicho, como por nuestro Padre de la Familia Salesiana, Don Bosco, cuando proponía a los jóvenes del oratorio y a la clase obrera la meta de la santidad como objetivo abierto a todos, fácil de seguir y orientada hacia la felicidad sin fin. Todo esto teniendo cerca a María Auxiliadora, la que acogió a Jesús en su seno virginal y por eso es madre, maestra y guía de la fe, especialmente en el acompañamiento de las jóvenes generaciones en su camino hacia la santidad. La vida de todos ellos y su ejemplo son como «levadura para el pan».

7. Nuestros JÓVENES como LEVADURA en el mundo de hoy​

Deseo concluir el mensaje del Aguinaldo de este año con una última palabra que alcance a nuestros jóvenes y al camino que juntos deseamos hacer, porque también ellos desean acompañarnos, tanto como nosotros a ellos: «Queremos decíroslo fuerte, con todo el corazón. Estar aquí, para nosotros, ha sido un sueño hecho realidad: en este lugar especial que es Valdocco, donde comenzó la misión salesiana, juntos salesianos y jóvenes para la misión salesiana, con nuestra voluntad común de ser santos, juntos. Tenéis nuestros corazones en vuestras manos. Cuidad este vuestro precioso tesoro. Por favor, nunca nos olvidéis y seguid escuchándonos. Turín, 7 de marzo de 2020»[39].

De hecho, los jóvenes se preparan para la vida, los acompañamos en ese camino, y no me cabe duda de que un grandísimo servicio que les haríamos a ellos y a la sociedad y a la Iglesia es el de ayudarlos a tomar conciencia de ese protagonismo social que han de tener y para el que deben prepararse. Por eso son también los primeros en aprender que están llamados a ser ese fermento en la familia humana.

Al prepararme para la redacción de este Aguinaldo decidí buscar y leer, justamente para este apartado final del Aguinaldo, algún aspecto de lo que hubieran dicho los últimos tres Papas ― san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco ― a los jóvenes, pues tenía la certeza de que sus mensajes serían abundantes y de una gran fuerza. Y así me lo parecen: tan actuales, tan oportunos y me atrevería a decir, tan «salesianos». Y al mismo tiempo quiero dejar constancia de cuan vasta, extensa y desafiante es la tarea que los jóvenes tienen por delante en la Iglesia y en el mundo si aceptan el desafío de ser, en verdad, jóvenes de hoy, activos en su compromiso cristiano y social, y verdadero fermento en la familia humana.

El papa san Juan Pablo II, propuso tres años antes de su muerte, en una de sus intervenciones[40], ocho grandes desafíos que son auténticas propuestas de vida y de compromiso cristiano, social y político para los jóvenes que deseen asumir retos significativos. De hecho, son ocho desafíos que algunos estudiosos reducen a uno que se podría expresar de este modo: poner al ser humano en el centro de la economía y de la política. La tarea es esta: la defensa de la vida humana en toda situación; la promoción de la familia y la eliminación de la pobreza con la reducción de la deuda, promoción del desarrollo y apertura del comercio internacional justo; la defensa de los derechos humanos y el trabajo para garantizar el desarme reducción de ventas de armas y consolidación de la paz una vez terminados los conflictos; la lucha contra las grandes enfermedades y el acceso de todos a las medicinas más necesarias; la salvaguarda natural y la prevención de catástrofes naturales, y por último, la aplicación rigurosa del derecho y de las convenciones internacionales.

A su vez, el papa Benedicto XVI enumera en su carta encíclica sobre el desarrollo humano integral, Caritas in veritate[41], desafíos actuales que son urgentes y esenciales para la vida del mundo, y en los cuales pueden empeñarse los jóvenes de hoy, tales como: el uso de los recursos de la tierra, el respeto de la ecología, la justa distribución de bienes y el control de los mecanismos financieros, la lucha contra el hambre en el mundo, la promoción de la dignidad del trabajo, la solidaridad humana con los países más pobres, el servicio a la cultura de la vida, el diálogo interreligioso, y la construcción de la paz entre los pueblos y naciones.

Por último el papa Francisco propone un desafiante número de tareas que tenemos como cristianos y que tienen por delante aquellos jóvenes que quieran asumirlos y empeñarse en ellos desde su fe y su compromiso, ya que otros muchos jóvenes padecen tales violencias y extorsiones Entre sus varios escritos (encíclicas, exhortaciones apostólicas y mensajes a los jóvenes)[42], recojo lo siguiente: existen terribles y dolorosos contextos de guerra (y no puedo no citar la injusta guerra que se está llevando a cabo contra el pueblo ucraniano, que todos conocemos porque está teniendo lugar en este mismo instante y desde hace ya once meses); son muchas las personas y los jóvenes que padecen una violencia que se manifiesta de muy diversas formas: secuestros, extorsiones, crimen organizado, trata de seres humanos, esclavitud y explotación sexual, estupros de guerra, etc. Hay niños y niñas obligados a ser soldados, a pertenecer a bandas armadas y criminales, a involucrarse en el tráfico de droga. No pocos niños, niñas y adolescentes son esclavizados en el tráfico y comercio sexual. Y no faltan tampoco las personas, y los jóvenes marginados e incluso martirizados a causa de su condición étnica o de su credo. No se puede olvidar el dolor de las migraciones (en situaciones inhumanas) y el flagelo de la xenofobia[43]. El descarte de personas en todo el mundo, el racismo y los derechos humanos universales violentados son otras de las realidades de un mundo en el que también hay tanto dolor[44].

Somos conscientes de que todo esto y mucho más está golpeando a esta familia humana en la que queremos ser levadura[45], sal, luz ¿Podría decirse que se trata de una mirada pesimista? No. De ningún modo. El mismo papa Francisco cita tantos progresos que existen hoy, pero que vienen de la mano de un «deterioro de la ética».

«Con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb no ignoramos los avances positivos que se dieron en la ciencia, la tecnología, la medicina, la industria y el bienestar, sobre todo en los países desarrollados. No obstante, «subrayamos que, junto a tales progresos históricos, grandes y valiosos, se constata un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad. Todo eso contribuye a que se difunda una sensación general de frustración, de soledad y de desesperación. […] Nacen focos de tensión y se acumulan armas y municiones, en una situación mundial dominada por la incertidumbre, la desilusión y el miedo al futuro y controlada por intereses económicos miopes». También señalamos «las fuertes crisis políticas, la injusticia y la falta de una distribución equitativa de los recursos naturales. […] Con respecto a las crisis que llevan a la muerte a millones de niños, reducidos ya a esqueletos humanos a causa de la pobreza y del hambre, reina un silencio internacional inaceptable»[46].

Esta realidad es una oportunidad para que todos nosotros, pero de modo particular los jóvenes, puedan sentir la llamada del Señor a vivir su vida cristiana e incluso salesiana (dentro de la familia de Don Bosco), como una gran tarea.

Esta tarea y desafío ya lo pedía el papa Pablo VI al final del Concilio Vaticano II con un mensaje dirigido a los jóvenes en el que decía:

«A vosotros, los jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, el Concilio quiere dirigir su último mensaje. Pues sois vosotros los que vais a recoger la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Sois vosotros quienes, recogiendo lo mejor del ejemplo y las enseñanzas de vuestros padres y maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella (…). ¡Construid con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores!»[47].

Esta es la petición que a todos nos llega para ser en verdad levadura en la familia humana, pero que hoy dirijo con profunda convicción a todos vosotros queridos jóvenes. Estos desafíos piden de vosotros que con vuestra vida, formación, estudios, trabajo y vocación deis un sí o un no en vuestro compromiso para construir un mundo más justo y fraterno. Estos desafíos os ponen en la encrucijada de aceptar o rechazar una vida exigente y apasionante en la que poner todas vuestras fuerzas y energías según el sueño de Dios para cada uno de vosotros y para cada una de vosotras.

Y seguramente no se pide un heroísmo particular, extraordinario, sino solamente pero ya es mucho, hacer que los propios dones y talentos concedidos por Dios a cada uno puedan dar fruto empeñados en crecer en la fe, en el Amor verdadero, en la fraternidad y en servicio en favor de todos, especialmente los últimos, los más golpeados por la vida, los que menos oportunidades tienen.

Me parece una preciosa propuesta para cualquier joven cristiano y salesiano que quiera ser hoy discípulo misionero del Señor, e incluso un desafío y una propuesta de tal dignidad y alcance que, sin vergüenza alguna, se puede ofrecer a cualquier joven que desee vivir de un modo pleno su condición humana, ya sean cristianos o que profesen otros credos religiosos o bien intenten vivir desde un humanismo esencial y auténtico, al mismo tiempo que os lleve a vivir fuera de las ‘zonas de confort’ que, como sirenas con sus cantos, pueden adormeceros.

He hecho referencia al humanismo y deseo concluir de modo explícito a ese «humanismo salesiano» con el que podamos educar a todos los jóvenes de todas las naciones del mundo en las presencias salesianas porque «para Don Bosco significaba valorizar todo lo positivo radicado en la vida de las personas, en las realidades creadas, en los acontecimientos de la historia. Esto le llevaba a captar los auténticos valores presentes en el mundo, especialmente si agradan a los jóvenes; a arraigarse en el flujo de la cultura y del desarrollo humano del propio tiempo, estimulando el bien y negándose a lamentarse por los males; a buscar con sabiduría la cooperación de muchos, convencido de que cada uno tiene dones que deben descubrirse, reconocerse y valorarse; a creer en la fuerza de la educación que sostiene el crecimiento del joven y lo anima a hacerse honrado ciudadano y buen cristiano; a confiarse siempre y en todas partes a la Providencia de Dios, descubierto y amado como Padre»[48].

Concluyo dando gracias al Señor por tanta vida bella y plena en nuestra Familia Salesiana al servicio del Evangelio y pidamos al Señor por toda la Iglesia y por nosotros, como parte de la misma Iglesia, que seamos la alegría de evangelizar porque fue «enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos»[49].

Que nuestra Madre Auxiliadora nos ayude a todos a ser discípulos-misioneros, estrellitas que reflejan su luz. Y oremos para que los corazones se abran para recibir con alegría el anuncio de la salvación que es Dios mismo en Jesús.

Ángel Fernández Artime, S.D.B.
Rector Mayor